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Objetivo: superarse a sí mismas y sentirse libres.
Cada vez más mujeres se animan a recorrer el mundo en solitario con el objetivo de superarse a sí mismas y sentirse libres. Tres grandes aficionadas nos desvelan los secretos y las anécdotas de sus escapadas por el mundo. Todo un diario de a bordo que refleja fielmente sus experiencias.
MásHe recorrido más de cincuenta países alrededor del mundo y la mejor forma de aprender a vivir son los viajes en solitario. Me considero una mujer curiosa e inquieta. Tanto que a mis 41 años dirijo una empresa especializada precisamente en viajes (www.consultoriaviajes.com)
Cuando viajas sola, te quitas corazas y te enfrentas al mundo y a sus gentes sin prejuicios. Para mí el viaje es también una aventura interior en la que descubres tus puntos fuertes y tus temores. La curiosidad, el deseo de aprender y de vivir nuevas experiencias alrededor del globo son lo que me mueve a recorrer el mundo sin compañía.
¿Ventajas? Libertad de hacer y decidir lo que te apetezca en cada momento. A la vez, resulta mucho más fácil mezclarse con las gentes de cada país y ver su vida cotidiana. Pero reconozco que también tiene sus inconvenientes. Cuando vives alguna situación incómoda y no puedes compartirla, se pasa mal, porque no puedes desahogarte. Hace años, en Papúa Nueva Guinea, cogí una lancha con un guía para recorrer una zona y el motor falló. Estuvimos horas a la deriva en un río plagado de cocodrilos, hasta que nos rescataron y nos llevaron a tierra.
Mi lema para viajar sola es: siempre optimista porque en toda aventura surgen imprevistos y dificultades, pero el reto es superarlos y seguir adelante. Tras más de diez años viajando así, reconozco que todo es pura improvisación, porque de ese modo la experiencia es mucho más enriquecedora. Cierro el billete de avión y reservo solo las dos primeras noches de hotel.
En la foto, cuando visitó Ayers Rock, en Australia.
Una costumbre que tengo es comprarme ropa del país que visito para adaptarme al máximo a su cultura y pasar desapercibida. Y cuando me marcho, siempre la regalo. Suelo preguntar en el hotel y la llevo donde la necesiten. Tampoco soy de comprar objetos de los países que visito. Me conformo con mis fotos, ya que mis mejores recuerdos los guardo en mi cabeza y sobre todo en mi corazón.
¿Imágenes inolvidables? Un volcán en erupción en Pucón (Chile), el cielo estrellado en el desierto de Argelia y un amanecer en Australia.
En la foto, imagen de cuando escaló el volcán de Villarrica, en Chile.
Las fotos favoritas de los famosos
He recorrido más de cincuenta países alrededor del mundo y la mejor forma de aprender a vivir son los viajes en solitario. Me considero una mujer curiosa e inquieta. Tanto que a mis 41 años dirijo una empresa especializada precisamente en viajes (www.consultoriaviajes.com)
Cuando viajas sola, te quitas corazas y te enfrentas al mundo y a sus gentes sin prejuicios. Para mí el viaje es también una aventura interior en la que descubres tus puntos fuertes y tus temores. La curiosidad, el deseo de aprender y de vivir nuevas experiencias alrededor del globo son lo que me mueve a recorrer el mundo sin compañía.
¿Ventajas? Libertad de hacer y decidir lo que te apetezca en cada momento. A la vez, resulta mucho más fácil mezclarse con las gentes de cada país y ver su vida cotidiana. Pero reconozco que también tiene sus inconvenientes. Cuando vives alguna situación incómoda y no puedes compartirla, se pasa mal, porque no puedes desahogarte. Hace años, en Papúa Nueva Guinea, cogí una lancha con un guía para recorrer una zona y el motor falló. Estuvimos horas a la deriva en un río plagado de cocodrilos, hasta que nos rescataron y nos llevaron a tierra.
Mi lema para viajar sola es: siempre optimista porque en toda aventura surgen imprevistos y dificultades, pero el reto es superarlos y seguir adelante. Tras más de diez años viajando así, reconozco que todo es pura improvisación, porque de ese modo la experiencia es mucho más enriquecedora. Cierro el billete de avión y reservo solo las dos primeras noches de hotel.
En la foto, cuando visitó Ayers Rock, en Australia.
Una costumbre que tengo es comprarme ropa del país que visito para adaptarme al máximo a su cultura y pasar desapercibida. Y cuando me marcho, siempre la regalo. Suelo preguntar en el hotel y la llevo donde la necesiten. Tampoco soy de comprar objetos de los países que visito. Me conformo con mis fotos, ya que mis mejores recuerdos los guardo en mi cabeza y sobre todo en mi corazón.
¿Imágenes inolvidables? Un volcán en erupción en Pucón (Chile), el cielo estrellado en el desierto de Argelia y un amanecer en Australia.
En la foto, imagen de cuando escaló el volcán de Villarrica, en Chile.
Aunque en España sigue impactando que una mujer se marche sola a recorrer el mundo, es increíble lo bien que te acogen en la mayoría de los países. Las trotamundos solitarias despertamos confianza y la gente nos abre las puertas de sus casas y nos ofrece hasta comida. A mí me ha pasado y es maravilloso.
Y para evitar peligros innecesarios, no hay nada como ser prudente y sensata. Con esta regla de oro, nunca me he visto en situaciones peligrosas. Una idea preconcebida de la mujer que viaja sola es que la acosan siempre. No es cierto. Eso sí, los piropos nunca faltan, sobre todo en Latinoamérica. Seas hombre o mujer, allí es más fácil ligar y enamorarse.
Tras haber dado la vuelta al mundo, no tengo un país preferido, pero una de mis experiencias más especiales fue contactar con las tribus neolíticas en las Montañas Altas de Papúa Nueva Guinea. He sido la primera española en estar allí sola y fue increíble. Un recuerdo imborrable fue ver llorar aterrorizados los niños porque era la primera vez en su vida que veían a una mujer blanca.
La vuelta a casa siempre es difícil, porque añoro lo que he vivido y me cuesta adaptarme a la vida cotidiana. Regreso plena, autorrealizada y con la maleta emocional, la que llevo dentro, repleta de vivencias maravillosas, y eso no tiene precio. Siempre aprendes. Yo las llamo “enseñanzas viajeras”: como que menos siempre es más y que el tiempo es un invento de occidentales con prisa.
Durante su viaje alrededor del mundo, Sandra convivió con la tribu de los hulis, en Papúa Nueva Guinea (foto)
Siempre he sido muy independiente y de espíritu inquieto. De hecho, con solo cinco años, una mañana les dije a mis padres que me iba de casa a vivir aventuras. Soy viajera por pasión y convicción. Llevo el ADN del viajero en el cuerpo, porque debido a que mi padre era ingeniero de obra, cada dos años cambiábamos de residencia. Recuerdo que me encantaban los traslados de casa, porque era una estupenda oportunidad para conocer gente nueva y vivir historias emocionantes.
Y a los 22 años hice mi primer viaje sola a Marruecos. Fue una experiencia extraordinaria, un auténtico reto personal para demostrarme si era capaz de enfrentarme al mundo en solitario. Lo superé, y con nota. Nada más regresar, ya estaba planeando mi siguiente escapada. Francia, Portugal e Italia fueron mis siguientes destinos. Y fue durante estos primeros viajes cuando descubrí el placer de hacer y decidir en cada momento solo lo que a mí me apetecía, algo impensable cuando viajas en grupo o con tu pareja.
Desde entonces, mis viajes sola han sido una cita ineludible en mi calendario vital. Cada año me reservo un par de semanas para descubrir y conquistar un nuevo destino, para dejar atrás mi vida de mamá, esposa y mujer trabajadora y disfrutar de la esencia de la trotamundos. Ganas de aprender, de abrirme al mundo y de sentirme libre son lo que me mueve a emprender el viaje. A veces pienso que soy como Ulises, porque considero que lo importante no es llegar, sino hacer el camino, por todo lo que aprendes y te enriquece al recorrer el mundo.
Y es que el viaje en solitario es mucho más que coger un avión y recorrer miles de kilómetros. Es una estupenda oportunidad para vivir experiencias inolvidables y también para jugar tus mejores cartas ante dificultades y obstáculos. Es una prueba constante cargada de curiosidad, diversión e ingenio.
Nueva York, San Petesburgo y Londres han sido las últimas ciudades que he recorrido sola, y me han entusiasmado, sobre todo porque cuentan con grandes colecciones artísticas. Hay dos paradas obligatorias en todas mis escapadas. Una es la visita a los museos. Como gran apasionada del arte, me encanta perderme por sus salas y empaparme de la belleza de las obras expuestas. En ese ambiente de lienzos irrepetibles, me gusta ir anotando ideas y propuestas que se me ocurren al observar a los turistas, con el objetivo de poder aplicarlas después en mi empresa, Madrid Cool and Cultural (www.madridcoolandcultural.com), dedicada a la realización de visitas en grupos reducidos a Madrid y sus alrededores.
Y otra de mis citas obligatorias consiste en dar un largo paseo por las calles y zonas menos turísticas de cada ciudad para empaparme de cotidianeidad y descubrir cómo es de verdad el día a día de las gentes que pueblan esas ciudades: sus comercios, colegios, centros médicos y parques...
En la foto, recorriendo los jardines de Peterhoff, en San Petesburgo
Sin embargo, hay un aspecto de las ciudades que visito sola que siempre me pierdo: su vida nocturna. No suelo salir de noche sola como medida de precaución. Cuando anochece, me voy al hotel y aprovecho para descansar y planificar mi siguiente jornada. Aunque nunca me ha pasado nada, no me gusta arriesgarme. La prudencia y el sentido común son mis mejores aliados durante mis viajes. Además, me visto modestamente para minimizar la atención, no llevo mucho dinero encima, evito zonas de riesgo y mantengo una actitud de seguridad en mí misma cuando voy por la calle.
A lo largo de los más de diez años que llevo viajando sola, en numerosas ocasiones he coincidido con otras trotamundos. Inglesas, americanas y japonesas son quizás las que más se aventuran a viajar solas. En nuestro país, todavía resulta raro contar que recorres el mundo sin compañía, porque o te miran como si fueras un bicho raro o te ven como una heroína. Creo que ya es hora de romper con estos prejuicios, que no hacen sino anclar a la mujer en el pasado.
En la foto, la vemos disfrutando del París más chic en bicicleta
¿Que adónde no iría nunca? Ni a Arabia Saudí ni a Irán, porque no se respetan los derechos de las mujeres y sé que lo pasaría mal. Sin embargo, me apetece muchísimo visitar Chile, porque está lleno de riquezas artísticas y estoy convencida de que me iba a entusiasmar. Por supuesto, no me canso de ir a Italia. Sobre todo me encantaría perderme una temporada sola en Cinque Terre, en la provincia italiana de La Spezia, un lugar espectacular donde confluyen naturaleza y arquitectura y donde parece que el tiempo no existe.
Mi pasión viajera se la estoy inculcando ya a mi hija Inés, de ocho años. Aunque cada año realizamos un viaje familiar mi marido, mi hija y yo, sueño con el día en que me diga: “Mamá, me quiero ir de viaje sola”. A los veinte años es una estupenda edad para abrirse al mundo en soledad, y una ciudad europea es el destino perfecto para iniciarse como exploradora.
Viajar es tan gratificante y, sobre todo, se aprende tanto que debería ser una asignatura obligatoria para jóvenes y mujeres. No me canso de aconsejar a mis amigas que se lancen a hacerlo solas, porque es una ocasión perfecta para aprender a negociar con una misma. Además, es una fantástica terapia que oxigena la pareja y también te ayuda a reconciliarte con el mundo y a romper prejuicios culturales. Eso sí, para viajar sin compañía hay que estar convencido, porque el tiempo pasa despacio sin nadie al lado, te puedes aburrir y llegar a sentir muy sola.
En la foto, realizando un paseo en barco por el río Neva, en San Petesburgo
Empecé a viajar en cuanto gané dinero con mis primeros trabajos como periodista [es reportera del programa Comando actualidad, de TVE]. Comencé viajando por Europa: Portugal, Países Bajos, Londres, París... Con el tiempo fui eligiendo destinos más lejanos, como Japón y Sudamérica. Creo que ser viajero consiste en sentirse un poco vagabundo y un poco explorador. En no saber muy bien dónde se quiere llegar y en no tener ganas de parar.
Algunas veces utilizo los viajes como escapadas terapéuticas, como un modo de oxigenarme, de resurgir, pero también los utilizo para romper con algo que no me gusta. Pienso: “En cuanto vuelva cambio esto o rompo definitivamente con lo de más allá”. He viajado con novio, con amigos, con familia, con hermanos y sola. Y, sin duda, el viaje que más me enriquece y que más me satisface de todos es el viaje en solitario. Viajo sola por placer, por necesidad y porque me siento libre. Es el único viaje en el que siento que estoy en comunión con el mundo.
Y viajando sola descubres aspectos de ti misma que nunca verías estando con tu pareja o en un viaje en grupo. Sola hablas con gente con la que nunca hablarías si estuvieras acompañada. Sola te interesas y fijas en detalles que de otra manera pasarían desapercibidos. Sola, a veces, también te sientes sola, y es cuando entablas conversación con los lugareños, cuando te descubres a ti misma siendo auténtica, siendo tú, porque a esos desconocidos no hay que mostrarles ninguna careta. Además, viajando sola rompes con todo tipo de prejuicios y nacionalismos. Cuando entiendes que los demás pueden ser felices con otros modos de vida diferentes e incluso opuestos al tuyo, entonces comienzas a abrir tu mente, creces y eliminas mitos culturales.
Siempre estoy pensando en viajar y tengo decenas de rutas soñadas en la cabeza, lugares que me encantaría recorrer sin prisa. Pero mi viaje fetiche es al Tibet. Tengo tantas ganas de descubrirlo que me da miedo visitarlo, por si se me rompe el sueño y me quedo sin ilusión. Y otro destino especial es Ítaca, pero este lo tengo reservado para más adelante.
Los destinos me dan igual.
Quiero ir a lugares desconocidos que tengan cierto interés antropológico e histórico, incluso literario, y en los que pueda aprender. No me atrae nada estudiarme la historia del país al que voy a viajar. Prefiero leer a los escritores locales. Cuando viajé a Argentina, me leí una recopilación de poemas de Alfonsina Storni y me ayudó mucho a contextualizar el país. Otras veces me he plantado en algún país sin saber nada, y es una experiencia alucinante: todo lo que descubres te sorprende. Esto me sucedió en Nicaragua, uno de mis últimos viajes, y fue un gran hallazgo. Me encantó su naturaleza tan salvaje e inexplorada y sus habitantes tan hospitalarios y generosos.
En la foto la vemos rodeada de niños en un poblado de Uganda